Acabando el año 2021... revisemos

Suelo coger este momento del año con ilusión porque me ayuda a inspirarme hacia el futuro. Cada septiembre también hago una revisión de mi vida pero se centra más en metas académicas o laborales. En cambio, en la última semana de diciembre hago un recuento más a nivel personal, de comprobar cómo me ha ido en el amor, en la familia, con los amigos... y proponerme pequeños propósitos para el año siguiente.

Quise arrancar las Navidades con energías. Decoré mi estudio y mi trabajo, envié las postales navideñas, realicé las últimas compras en ropa para no pasar frío, me propuse una lista de planes con mis amigos y decidí un buen regalo de reyes para toda mi familia. Hasta que... la expansión de los casos de Covid crecieron de manera exponencial y parte de mi familia y amigos tuvieron que aislarse. Por lo que, entre eso y la ausencia de mi padre otro año más, me ha hecho sentir emociones muy extrañas, ansiedad y tristeza, como si ninguna pieza encajase. Mi único refugio es mi estudio y mi salón de casa. 

Sé que al final pasará rápido. El año pasado me di cuenta de una idea reveladora: todo depende de la importancia que le quieras dar a estas fechas. Pese a los medios de comunicación,  la vivencia es solo tuya y solo tú puedes aprender a dejar que te afecte o no la situación.

Y sin más demora resumo aquí el recuento de este año donde inclino favorablemente la balanza hacia el optimismo, clásica costumbre que tengo al crear mi narrativa del pasado. 

De enero y febrero recuerdo la peor sensación del mundo que he vivido yo sola en casa seguida de la aceptación y recuperación de los trozos rotos que se habían quedado atrás. Empecé a ilusionarme de nuevo en el amor pero había algo que no encajaba del todo. Mi ego apareció campante para protegerme porque seguía rota por dentro y porque fue el mejor ejemplo de vivir en la superficie para que todo parezca que está bien, cuando por dentro no era capaz ni de conectar como antes con mis amigos.

En marzo y abril vino un subidón, las prácticas del máster. Tuve la suerte de trabajar en un colegio con adolescentes y empaparme con la sabiduría de docentes que llevan muchos años transmitiendo conocimientos a las nuevas generaciones. Fue una sensación increíble, sentir que aun podía hacer algo nuevo a lo que dedicarme que también me hiciera sentir tan a gusto cada día.

En mayo caí, estrepitosamente de estrés, de altísimo consumo de energía mental y dedicándome tanto tiempo al trabajo, al máster, a las prácticas, a la pareja y todo el entorno de la misma. Una sensación de caos, de miedo y muchísima ansiedad que me dirían hacia un túnel oscuro que tenía que pasar. Intentaba mostrarme bien, tuve que romper lazos con la pareja y recuperar el cariño y las energías de mis amigos. Pero me hundía poco a poco hasta que llegó junio y julio... y fue el estancamiento.

Recuerdo la noche que más ansiedad pasé en cama, llorando y sintiéndome totalmente sola. Mi cabeza tenía que romperse para volver a construirse pero no le había dejado tiempo hasta ese momento. Estaba extremadamente cansada. Mi mente solo quería sacar toda la tristeza guardada y me daba un miedo atroz. Hasta que dejé que saliera y no pasó nada... solo calma... Por lo que Agosto y Septiembre me dediqué únicamente a estar en silencio y a calmar la mente. Es el primer curso escolar que no decido estudiar nada más, ni meterme en ninguna clase de nada. Ni deporte. Decidí por un año estar en huelga con todo lo que se supone que tienes que hacer y dedicarme a mi trabajo y a mis amigos que en Octubre y Noviembre tan cercanos me hicieron sentir.

Ha sido una recuperación lenta pero constante, día a día, superando las cosas que me voy encontrando y aprendiendo, sobre todo, a tener esos silencios que a veces me encantan y otras veces me dan miedo. Una crisis existencial de la que salgo adelante aprendiendo de la gente que me rodea y de los libros que van pasando por mis manos.

Durante toda mi vida tuve la sensación de ir sembrando semillitas por el camino.

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