Independencia, autónoma, una pandemia, y de repente...

31 años y empezando otro borrador para este blog que no sé si será por fin una pequeña vuelta a escribir.

Tengo muchas cosas que contar (concretamente seis años) pero no estoy segura si lograría verbalizarlas como a mí me gustaría (os presento mi vena racional perfeccionista versus mi vena artística creativa). 

Hace un año volví a releer algunas de las publicaciones pasadas y me invadió una sonrisa comprobar las inquietudes que tenía de aquella. Podría decir que años después sería capaz de repetir esas mismas palabras, con los mismos colores pero con muchas tonalidades nuevas.

Por otro lado, hace un mes, mi psicóloga me recomendó que escribiera las emociones tristes que experimentaba para que me resultase más fácil ser consciente y encajar mejor lo que estaba sintiendo en mi interior. No resultó nada fácil, ya que estoy acostumbrada siempre a verbalizar los sentimientos positivos que me rodean y no pararme para empezar a decir que no estoy bien, que no estoy animada o me siento vacía. Sin ganas de levantarme de cama vamos, como cuando caminas sin rumbo fijo, como ese pollo sin cabeza que sigue de manera automática caminando pero que no entiende el motivo por el que se mueve.

Y sí, vivimos justo ahora en un momento muy difícil en la sociedad, que da pasos con ese automático instalado pero algo nos dice que ha pasado algo muy extraño en nuestras vidas, que no está claro hasta qué punto nos va a afectar en el futuro. Hemos sacado un poco la cabeza para respirar pero estamos aun rodeados de agua y sin vista de una escalera que nos haga salir de esta piscina llamada crisis sanitaria mundial.

Todos, sin excepción, afectados. Van cambiado algunas cosas pero aun no ha pasado suficiente tiempo como para llamar esas cosas por su nombre. Tanto en el trabajo, como en la familia, como en los amigos, hay cosas que no serán igual pero necesitamos pensar que tenemos todo bajo control y distraernos hasta que pase la tormenta.

Así estuve yo este año, desde que ha fallecido mi padre, ni la pandemia ni el entorno pensé que me podrían afectar. Me distraje, que si una relación romántica, estudiar un máster, mejoras en el trabajo, más comunicación con mis amigos... Creía que tenía bajo control mi vida, una sensación de tranquilidad forzada. Hasta que llegó el día, tuve tiempo en silencio y me di cuenta de lo cansada y triste que me sentía por dentro.

No me he recuperado, aun. Ahora estoy en ese momento aprendiendo a salir de la piscina aunque no haya una escalera cerca. Lograr la manera de coger fuerza o energía con mi cuerpo e ingeniármelas con la mente para crear ese impulso que me ayude a salir. Aprendiendo primero a aceptar esa parte de mí que tan poco quise que saliera. Soy la pequeña, la alegría de la casa que recibe más atención cuando sonríe o hace payasadas y que crecí pensando en que para ser mayor tendría que ser fuerte y no llorar por tonterías. Lo que nunca me quedó claro es donde empieza a ser una tontería por la que lloras y cuales son los motivos por los que la sociedad aceptaría que estuvieras mal para que yo, en consecuencia, pudiera aceptarlos también y dedicarles un tiempo y espacio.

Tendría mucha chicha aquí, pero por partes... 

Hoy ha sido un buen comienzo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tres semanas con tres agradecimientos escritos diarios

Con isto da movida, haiche moito ye-yé

Para los biólogos